jueves, 20 de julio de 2017

Oración a Santa Mariana de Jesús

 
Oh, Santa Mariana de Jesús, 
Azucena de Quito; 
vos sois la hija del Dios de la vida, 
aquella santa mujer que servir quiso a Aquél que todo lo ve, 
desde los claustros santos; pero Él, en su infinita sabiduría, 
teneros en el mundo quiso, para que desde allí, 
pudierais con vuestra tarea cumplir, 
hasta la entrega total de la propia vida; 
porque bien sabíais vos, que deberíais negaros a sí misma, 
para crecer en los demás, ya que allí el secreto reposa, 
del amor verdadero. 
Y como que lo hicisteis, hasta el final de vuestros días; 
y cada vez que rezabais el Rosario santo, 
os colocabais corona de espinas y los brazos vuestros, 
los abríais en cruz. 
Un día vos dijisteis, cuando temblaba la tierra, 
que no erais necesaria para seguir con vida, 
y la acrecíais a cambio de la del sacerdote, 
porque aquél, salvaría más almas que vos; 
oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena de Quito,
 alma fecunda del Dios vivo. Amén
Oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena de Quito; vos sois la hija del Dios de la vida, aquella santa mujer que servir quiso a Aquél que todo lo ve, desde los claustros santos; pero Él, en su infinita sabiduría, teneros en el mundo quiso, para que desde allí, pudierais con vuestra tarea cumplir, hasta la entrega total de la propia vida; porque bien sabíais vos, que deberíais negaros a sí misma, para crecer en los demás, ya que allí el secreto reposa, del amor verdadero. Y como que lo hicisteis, hasta el final de vuestros días; y cada vez que rezabais el Rosario santo, os colocabais corona de espinas y los brazos vuestros, los abríais en cruz. Un día vos dijisteis, cuando temblaba la tierra, que no erais necesaria para seguir con vida, y la acrecíais a cambio de la del sacerdote, porque aquél, salvaría más almas que vos; oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena de Quito, alma fecunda del Dios vivo. Amén

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Oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena de Quito; vos sois la hija del Dios de la vida, aquella santa mujer que servir quiso a Aquél que todo lo ve, desde los claustros santos; pero Él, en su infinita sabiduría, teneros en el mundo quiso, para que desde allí, pudierais con vuestra tarea cumplir, hasta la entrega total de la propia vida; porque bien sabíais vos, que deberíais negaros a sí misma, para crecer en los demás, ya que allí el secreto reposa, del amor verdadero. Y como que lo hicisteis, hasta el final de vuestros días; y cada vez que rezabais el Rosario santo, os colocabais corona de espinas y los brazos vuestros, los abríais en cruz. Un día vos dijisteis, cuando temblaba la tierra, que no erais necesaria para seguir con vida, y la acrecíais a cambio de la del sacerdote, porque aquél, salvaría más almas que vos; oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena de Quito, alma fecunda del Dios vivo. Amén

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Oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena de Quito; vos sois la hija del Dios de la vida, aquella santa mujer que servir quiso a Aquél que todo lo ve, desde los claustros santos; pero Él, en su infinita sabiduría, teneros en el mundo quiso, para que desde allí, pudierais con vuestra tarea cumplir, hasta la entrega total de la propia vida; porque bien sabíais vos, que deberíais negaros a sí misma, para crecer en los demás, ya que allí el secreto reposa, del amor verdadero. Y como que lo hicisteis, hasta el final de vuestros días; y cada vez que rezabais el Rosario santo, os colocabais corona de espinas y los brazos vuestros, los abríais en cruz. Un día vos dijisteis, cuando temblaba la tierra, que no erais necesaria para seguir con vida, y la acrecíais a cambio de la del sacerdote, porque aquél, salvaría más almas que vos; oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena de Quito, alma fecunda del Dios vivo. Amén

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Oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena de Quito; vos sois la hija del Dios de la vida, aquella santa mujer que servir quiso a Aquél que todo lo ve, desde los claustros santos; pero Él, en su infinita sabiduría, teneros en el mundo quiso, para que desde allí, pudierais con vuestra tarea cumplir, hasta la entrega total de la propia vida; porque bien sabíais vos, que deberíais negaros a sí misma, para crecer en los demás, ya que allí el secreto reposa, del amor verdadero. Y como que lo hicisteis, hasta el final de vuestros días; y cada vez que rezabais el Rosario santo, os colocabais corona de espinas y los brazos vuestros, los abríais en cruz. Un día vos dijisteis, cuando temblaba la tierra, que no erais necesaria para seguir con vida, y la acrecíais a cambio de la del sacerdote, porque aquél, salvaría más almas que vos; oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena de Quito, alma fecunda del Dios vivo. Amén

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