Oh,
Santa Mariana de Jesús,
Azucena de Quito;
vos sois la hija del Dios de la vida,
aquella santa mujer que servir quiso a Aquél que todo lo ve,
desde los
claustros santos; pero Él, en su infinita sabiduría,
teneros en el mundo quiso,
para que desde allí,
pudierais con vuestra tarea cumplir,
hasta la entrega
total de la propia vida;
porque bien sabíais vos, que deberíais negaros a sí
misma,
para crecer en los demás, ya que allí el secreto reposa,
del amor
verdadero.
Y como que lo hicisteis, hasta el final de vuestros días;
y cada vez
que rezabais el Rosario santo,
os colocabais corona de espinas y los brazos
vuestros,
los abríais en cruz.
Un día vos dijisteis, cuando temblaba la tierra,
que no erais necesaria para seguir con vida,
y la acrecíais a cambio de la del
sacerdote,
porque aquél, salvaría más almas que vos;
oh, Santa Mariana de
Jesús, Azucena de Quito,
alma fecunda del Dios vivo. Amén
Oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena
de Quito; vos sois la hija del Dios
de la vida, aquella santa mujer que
servir quiso a Aquél que todo lo ve,
desde los claustros santos; pero Él,
en su infinita sabiduría, teneros en
el mundo quiso, para que desde allí,
pudierais con vuestra tarea cumplir,
hasta la entrega total de la propia
vida; porque bien sabíais vos, que
deberíais negaros a sí misma, para
crecer en los demás, ya que allí el
secreto reposa, del amor verdadero.
Y como que lo hicisteis, hasta el
final de vuestros días; y cada vez
que rezabais el Rosario santo, os
colocabais corona de espinas y los
brazos vuestros, los abríais en cruz.
Un día vos dijisteis, cuando temblaba
la tierra, que no erais necesaria
para seguir con vida, y la acrecíais
a cambio de la del sacerdote, porque
aquél, salvaría más almas que vos;
oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena
de Quito, alma fecunda del Dios vivo.
Amén
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Oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena
de Quito; vos sois la hija del Dios
de la vida, aquella santa mujer que
servir quiso a Aquél que todo lo ve,
desde los claustros santos; pero Él,
en su infinita sabiduría, teneros en
el mundo quiso, para que desde allí,
pudierais con vuestra tarea cumplir,
hasta la entrega total de la propia
vida; porque bien sabíais vos, que
deberíais negaros a sí misma, para
crecer en los demás, ya que allí el
secreto reposa, del amor verdadero.
Y como que lo hicisteis, hasta el
final de vuestros días; y cada vez
que rezabais el Rosario santo, os
colocabais corona de espinas y los
brazos vuestros, los abríais en cruz.
Un día vos dijisteis, cuando temblaba
la tierra, que no erais necesaria
para seguir con vida, y la acrecíais
a cambio de la del sacerdote, porque
aquél, salvaría más almas que vos;
oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena
de Quito, alma fecunda del Dios vivo.
Amén
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Oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena
de Quito; vos sois la hija del Dios
de la vida, aquella santa mujer que
servir quiso a Aquél que todo lo ve,
desde los claustros santos; pero Él,
en su infinita sabiduría, teneros en
el mundo quiso, para que desde allí,
pudierais con vuestra tarea cumplir,
hasta la entrega total de la propia
vida; porque bien sabíais vos, que
deberíais negaros a sí misma, para
crecer en los demás, ya que allí el
secreto reposa, del amor verdadero.
Y como que lo hicisteis, hasta el
final de vuestros días; y cada vez
que rezabais el Rosario santo, os
colocabais corona de espinas y los
brazos vuestros, los abríais en cruz.
Un día vos dijisteis, cuando temblaba
la tierra, que no erais necesaria
para seguir con vida, y la acrecíais
a cambio de la del sacerdote, porque
aquél, salvaría más almas que vos;
oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena
de Quito, alma fecunda del Dios vivo.
Amén
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Oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena
de Quito; vos sois la hija del Dios
de la vida, aquella santa mujer que
servir quiso a Aquél que todo lo ve,
desde los claustros santos; pero Él,
en su infinita sabiduría, teneros en
el mundo quiso, para que desde allí,
pudierais con vuestra tarea cumplir,
hasta la entrega total de la propia
vida; porque bien sabíais vos, que
deberíais negaros a sí misma, para
crecer en los demás, ya que allí el
secreto reposa, del amor verdadero.
Y como que lo hicisteis, hasta el
final de vuestros días; y cada vez
que rezabais el Rosario santo, os
colocabais corona de espinas y los
brazos vuestros, los abríais en cruz.
Un día vos dijisteis, cuando temblaba
la tierra, que no erais necesaria
para seguir con vida, y la acrecíais
a cambio de la del sacerdote, porque
aquél, salvaría más almas que vos;
oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena
de Quito, alma fecunda del Dios vivo.
Amén
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